martes, 20 de enero de 2015

poblar los campos de flores

No puedo contar más despedidas,
hay tantos adioses dichos
y un infinito de los no dichos,
que siempre hablaron de más,
tanto en el aire,
como en la sombra,
tantas manos cordiales que se negaron,
inocentemente,
inconscientemente,
a abrirse en palma.

mi padre abrió su mano,
cinco dedos en la mejilla me mandaron al suelo,
no dijo adiós,
lo esperé,
cinco años.
Cada adiós es herida,
desde donde se puede hablar muy adentro,
se puede surfear en la sangre,
se pueden bordar sobre ella,
casi tantas puntadas como putadas,
ella no dijo adiós
dijo te amo,
me jodió,
se murió después y sigue siendo un hola en la ventana,
un primer beso en la calle,
un primer verso de  mañanas,
te juro que no recuerdo su rostro,
no fui a su funeral,
al más vertiginoso de los adioses y tirar tierra,
solo tiré piedras, maldije,
tan,
inocentemente,
como podría hacerlo ahora.

Y tengo tanto llanto contenido,
como palmas abiertas negándose a virar,
no voy a vanagloriar vanas despedidas,
hoy no,
no solo son los desterrados de memoria,
a los que debo exhonerar,
a los amigos que por más fraternos,
volaron,
dijeron,
con la palabra exacta lo que venían a enseñar,
se fueron.

sobre cada adiós no dicho,
sobra decir
no puedo contar más los segundos de espera,
las llegadas,
parí silencios diciendo hola,
parí el ruido cerrando la morada,
porque la boca, es la morada del alma,
me he negado,
rotunda,
indescifrablemente,
a decir adiós,
siempre hay un atisbo esperanza,
aquí sigo,
seguiré y seguirán estando,
un cumulo,
no un cumulo,
una magnificente, enorme, sublime,
infinito de palabras,
que nunca me han dejado despedirme.

Y uno se hace viejo,
y sigue siendo muy joven,
lo suficiente parte de ambos,
para percibir,
que estamos a buen tiempo para agitar las manos,
no dejar cabitos sueltos,
abrazar gloriosas bienvenidas,
poblar de flores los campos.

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