lunes, 9 de noviembre de 2009

los guerreros, de papel

Batallas de papel
En mi barrio, ya no vuelan papalotes, ya no se “empinan”, mejor dicho, es noviembre y no he visto ni uno solo, ni uno solito revoloteando.
Bueno, pues te explicaré la dinámica, no sólo es el hecho de empinarlos, ése es sólo el comienzo. Hace años había hordas de niños, cortando carrizo, invadiendo territorios, las trincheras enemigas por un poco de él, deshebrando los tendederos, para de ahí tomar el hilo necesario. 
Los grandes eran los que pasaban la experiencia a los más pequeños. Desafortunadamente, mis padres, o mi padre, a quien le hubiera correspondido la labor como en todo buen hogar del barrio, nunca estaba disponible para volar, y mucho menos para soñar. 
Él siempre ocupado con sus cosas de grandes; así que aprendí tarde a volar papalotes. Alguna vez en la primaria me encargaron hacer uno, pero mi madre se entablaba en la computadora jugando solitarios y mi padre pues, él tampoco tuvo padre, así que no sabe volar, soñar, ni empinar papalotes, es muy visceral, así como yo, y mi papalote fue el más horrible, de ahí que nunca me gustó cortar y pegar cosas, eso es cosa, cosa de quienes tienen padres pues, de quienes son enseñados a hacer esas cosas, así que aprendí y aprehendí, el divino arte de las guerras de papel en la secundaria, con Gonzalo, mi mejor amigo de entonces.
Así que ya deshebrado el hilo, puesto que no había muchos recursos para comprar el carrete, y mucho menos para comprarlo en la tienda de “don carero”, digo, de don Miguel; así que cortábamos carrizo, hilo de cáñamo, y papel china para hacerlo. 
Ése sí debíamos comprarlo, se igualaban los frenos, se hacía la “rezumbadera”, en fin, el proceso lo saltaré, la parte interesante era, cuando se volaba. 
El primer paso era poder hacerlo volar y por supuesto que la “rezumbadera”, el papel que tenía abajo para que zumbara, debía sonar sólo como un buen papalote suena, no como mosquito, sino como papalote, ya en el aire, éste debía tener una cola de suficiente largo para que no diera vueltas como loco, y los frenos debían ser del mismo tamaño para que no se pandeara de un lado a otro. 
Algunos, les poníamos “crucero”, una cruz de navajas, ya la batalla comenzaba, las riñas se hacían presentes, el aire, el cielo, el viento, la magnitud de éste es el campo de batalla. 
Ya no volábamos palomitas, no, no ésas son para los niños, para que aprendan a volar, entonces se veía, otro guerrero de papel, en el aire y se comienza a jalar el hilo, se eleva y se trata de dejar caer el hilo propio sobre el otro, para que el enemigo se atorase y diera vueltas, presa de nuestro guerrero invencible imbatible.
Había que saber cómo jalar para que no se enredara y también tener un copiloto que lo fuera enredando a un trozo de palo de escoba, así que jalabas y tenías que saber si el enemigo usaba crucero, para que él no te dejara caer la cola de su papalote y ¡mocos!, te mandara al infinito el tuyo. 
Había grandes guerreros, quien sabía cómo jugar “jaladitas”, el nombre oficial de la guerra, y sabía cómo quedarse con el preso, el reo, el cautivo papalote vecino que con tanto esfuerzo se hacía, así que el hilo era el límite. Los de mi calle contra los de la calle anterior o posterior. 
Una vez conté 45 papalotes y no eran todos, los de las vías, ésos sí eran cabrones para las “jaladitas”. ¡Eran tiempos de gloria para el papel de china!, para el carrizo. 
Ahora es diferente, las batallas llevan puños, y calle con calle se nota que el territorio ya no es más en el aire, las disputas no se arreglan con jugar una “jaladita” pareja, donde ambos empinaban el papalote detrás de una línea imaginaria en la calle, y de ahí la batalla empezaba. 
No, ahora las líneas imaginarias de la calle están, y los papalotes ahora también son imaginarios. Este año y el pasado, no vi un solo papalote, cuando aún Raúl vivía en la casa fue el último año que los vi. Las guerras de papel no existen y el viento de este año, es más fuerte, reclama a los guerreros del viento, que retomen su camino.

 me enamoré del río y de la calma, del sudor fresco que destilan mis albañiles, del café, de la fruta, de mis hijos. me enamoré de éstas roc...