9 de septiembre.
el día se acomoda como una suerte de lluvia sedienta sobre los campos de la memoria, sábado, día de Balam, las costumbres han cambiado y se han amoldado más fácil, he decidido escucharlo más, incluso en lo poco que habla, acompañarlo, sé que no necesita tanto mi guía de palabra como la acción penumbrante de verme. el desayuno fue ligero, la semana anterior fuimos a capulines, es, solo subida, inecesante, exigente... antes fuimos a la presa de agüita fría, mis modos existen para motivarlo de sitios que son silentes, he buscado llevarlo no a su límite, él sabe motivarse y quizá había olvidado algo que ha sido mi motor, la curiosidad, por llegar, un poco más allá, hoy subimos al tejocotal, más lejos que capulines... y más, a la cascada del chilacayote, yo quería regresar, el viento frío, ese que presagia la lluvia, las nubes grises, ennegrecidas que anuncian a la lluvia sedienta y fría de éstos paisajes de montaña. no sé que memorias se forjan en él, y siempre que pienso en mi paternidad con él, pienso en la que yo tuve, y no deja de ser un reproche a la ausencia, de los pocos recuerdos que tengo con mi padre, que fueron cegados por el enojo del abandono. nos pescó la lluvia de regreso, él me observa bajar, la dinámica es mi cuidado hacia él, cuando sé que hay partes difíciles me adelanto, me voy despacio, marco un ritmo lento, es curioso, yo que nunca aprendí a frenar, ahora busco cuidarlo así, por intuición más que por formación, y resulta que a veces él quiere ir más rápido, pero me escucha cuando sé que debe ir más lento. lo vi de reojo, y recordé el porqué empecé a andar en bici, su cara de felicidad, de la libertad de volar bajo la lluvia, y me sentí pleno, de verlo pleno. va marcando los límites, los logros, las experiencias, y sigo su ritmo desde atrás, y lo empujo, sin empujarlo, haciéndole ver que su viejo padre aún puede subir las cuestas, ser prudente, cuando baja, exigirme y adelantarlo, solo para mostrarle, que es posible llegar un poco más, esforzarse un poco más. regresamos a casa, fuimos al teatro, yo que soy un huraño de monte, el ahora ermitaño que se concibe poco en la ciudad, y verlo, ahí en la penumbra del público, es de esas sensaciones, que si pudieran describirse no tendría razón de ser la poesía. hace días echaron el último colado, faltan los detalles, llegó Mila, una perrita criolla que me recuerda a Morfeo, y se sabe dar a querer, aunque no le gusta mucho salir a caminar, la veo a gusto, y quiero darle bonita vida. hoy sentí satisfecha a mi madre, encontré a Arturo, veo el rostro de las personas cuando ven a Balam ahí, tan lejos en las subidas, veo su admiración, creo que él no lo percibe, y quisiera decir algo profundo sobre la falta de reconocimiento que tiene consigo mismo, porque, no reconocerse es también una deuda que se va agravando, y si bien siempre se puede uno esforzar más, y aunque parece que nunca es suficiente, siempre hay un punto al que llegar, justo antes de regresar, y no siempre el regreso es el recuento, es la anécdota bajo la lluvia, sonriendo, volando, siendo pleno, quizá habló de él, y no para él, aunque éste texto es para él.
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