he dejado fantasmas alrededor del camino,
y me han revolcado como una ola,
he llegado a palpar la felicidad,
y viene el miedo saboteando mis barcas de papel.
no muy en el fondo sigo siendo el niño,
que tira hojas en el río de su calle,
que camina insomne en el borde de la azotea,
pensando en saltar
como un astronauta,
al espacio interior,
y sigo queriendo cobijo,
en un abrazo,
sigo siendo el niño que reta a la muerte,
que quitó una pistola,
que sobrevivió a cuchillos y pedradas,
a granaderos y policías,
a ladrones y ordenes de funcionarios,
el que le huyó al levantón,
el que corrió más rápido que dos machetes,
a dardos,
a dardos,
a los arpones que hicieron de mis amigos esqueléticas ballenas,
el que corrió a 140,
el que chocó a 140,
el que corrió con suerte,
el que chocó hombros con suerte,
el que peleó,
peleó con suerte,
con la buena mala suerte.
ésto no es un poema de amor,
éste es el amor mismo resistiendo,
a los fantasmas que dejé en el camino,
que regresan a ponerme el pie,
para odiar mi felicidad,
la que no logré con ellos.
hoy no tengo tanto que ofrecer,
y me monto a mi bicicleta,
a falta de gasolina,
a falta de paciencia para el autobús,
hoy no tengo tanto que ofrecer,
y bebo café de la bondad ajena,
y me alimento de la bondad ajena
y apropio esa frase que me dijeron que debo decirme,
cuando las arcas del reino y los graneros estén llenos,
también cuando las vacas se llenen de hambre y mueran en sus huesos
"ésto también pasará"
y también me apropio de la bondad ajena,
hoy ante tus miedos,
ante los míos,
quizá no tenga nada en las bolsas,
una caja de cigarros,
una cartera vacía,
pero te tengo lo que soy,
mi paciencia y mi presencia,
mi persistencia,
mis palabras,
mi valentía irreductible,
mi valentía irreductible,
de estar.
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