martes, 14 de agosto de 2018

tercer día




He despertado por quinta vez, el sol de mañana da su calor matinal, va incinerando la humedad nocturna dando paso al olor matinal de la ciudad, casi imperceptible. desorientado, similar al moneto en que despues en la siesta vespertina te despierta el silencio y la oscuridad.

he tenido pesadillas, cinco de ellas. "Enfoca un punto" ha sido mi mantra para combatir el miedo de estar en un loop de sueños. apoyo mis manos sobre las rodillas, en mis hombros siento el ardor de éste sol. el respaldo del sofá cama rojo al que he decidido no desdoblar me cubre las primeras horas de la luz, he preferido no desdoblar el sillón, irónico, solía amar la poética de una cama para mi, ahora, tengo un vacío en el insmonio y los sueños, en los despertares.

Ésta ciudad me ha recibido espléndida, encuentros mágicos, recorridos que me siguen maravillando. he disfrutado el subir a un autobús que hace ver a los jugadores de grand theft auto ser proclives amateurs, magos que hace volar mesas entre barranca del muerto y el rosario con admirable equilibrio, amantes en bicicleta, vendedores de cine de arte en el Metro, chicles, lámparas, burbujas que vienen y van con el viento de la boca de un niño, señores molestos por esas mismas plásticas burbujas que les ensucian las solapas, un ticket para bellas artes, obsequio de un desconocido, amantes que se besan, de todos colores, géneros.

 personas como un muro de la muerte en un slam, que en esa sincronía perfecta no se tocan. un quítate pendejo por aquí al que no pone enfrente su mochila en el vagón, la sonrisa de una señora cuyo pelo me recuerda al de mi abuela, agradeciendo el asiento. ganas de mear, infinitas ganas de mear, frío, hambre, barras de a 3 x10, hombres que no te vienen a robar, te vienen a pedir amablemente una moneda. caras ausentes, en las noches, maquillaje en las mañanas, puestos de todo, tacos de canasta. te digo, la ciudad me ha recibido de forma magnífica, cuida tu cartera aquí y no saques tu celular allá.

no entiendo, te lo juro que no entiendo, debe ser el embarazo, o la sensación de estar (al fin) logrando algo, la fortuna me sonríe por hoy y uno que está habituado al pesimismo patológico, al optimismo lúgubre y determinante, a la felicidad como una trampa, te lo juro que no entiendo éstas incesantes ganas de llorar.

Y es hora, de encaminarme al metro y aprender.






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