miércoles, 3 de septiembre de 2014

indicio de felicidad.




caminé como tormenta de arena en la facultad,
fui un fantasma de desierto,
es cierto lo que cuenta la leyenda,
que hablaba solo y pocos se me acercaban,
nunca me gustó que me llamaran loco,
si nunca has habitado la locura,
no sabes la bendición que tiene la cordura al andar,
van casi dos años de la última crisis
y nadie daba un clavo por mi,
aprendí a ser empatico, 
pese a la tormenta, 
esa, 
la de la mente
solía inmolarme con facilidad
y explotar cabalmente,
por eso no entenderás ese juego de dragones que hay adentro.

la verdad es que hay cosas que no quiero recordar,
no sé como terminé la carrera,
ni como es que ahora funciono casi totalmente,
a uno como quiera se lo carga la chingada,
pero ver como se consume a los cercanos,
es más duro aún.

ahora que mis problemas son más complejos,
que las voces de desierto,
aún me cuesta hablar de la locura,
sin entrar en ella.

arrasaron las culpas sobre mi,
por eso el incondicional apoyo de mi madre,
en algún punto deseo que yo estuviera muerto,
para que dejara de sufrir.


es curioso,
irónico y tal vez insensible,
haber visto a los que me confinaban al abismo,
casi todos recaer,
decaer,
limpiar parabrisas en semáforos,
otros tantos levantaron,
el vuelo a otras galaxias por igual,
pero para no volver.

los jueces de mi barrio
le preguntaron a mi madre
¿cómo está su hijo?
con un sarcasmo tan absoluto,
que mi madre llegaba a casa llorando,
esa estúpida locura a la que me llevó mi supuesta inteligencia,
esas historias de suicida a las que me llevaron frustraciones
y ser casi inmortal.

ahora que muero lento y más rápido de lo que pienso,
me cuesta un poco hacerme viejo,
llegar ya casi a la crisis de los treinta,
adelantada por una tercia de años,
¿a éstas alturas qué has hecho de tu vida?
me dicen que he hecho más de lo que pienso
y me cuesta saber mis sueños rotos,
los que fueron tal vez infantiles,
ahora que tengo más de lo que necesito,
y que cada posesión me lleva a aferrarme un poco,
más a la realidad que es colectiva,
no puedo expresarme casi verbalmente,
por eso escribo,
porque hablo muy bajito y poco hablo,
pero sé que lo que siento es absoluto,
es la única sentencia en gramática que conozco,
una afirmación, 
absoluta.

siempre digo que he vivido,
que nadie podrá arrebatármelo, 
que lo que he sentido y esos meses de no salir de casa,
solo por cigarros,
que mi compañera de ese entonces me apoyó,
incondicionalmente, 
como nadie más lo ha hecho,
soportó al etapa de despertar en exceso paranoico
y el miedo de escuchar las voces del tumulto,
que interactuaban con mis voces,
tal vez algún día pueda adentrarme a ello,
sin regresar a ese abismo,
ya no busco entender esos motivos,
por los que llegué a vivir así.

y más que la llegada de esas voces,
fue su partida,
de alguna forma entre tanta soledad estaba acompañado,
a la dolorosa soledad posterior,
estar, realmente solo y buscarlas,
son como sirenas,
más poderoso que el canto de una sirena es su silencio.

así mi cosmogonía,
que consta de mi primer perro Morfeo,
que cuidó mis sueños perdido en el monte,
no supe como es que regresaba a casa,
o como trepaba las paredes para entrar,
si no podía caminar sen línea recta,
trepar como peor que araña fumigada 
y no caer,
tantos riesgos que no entendía,
ya sabes,
la fuerza de la experiencia
 no se compara a la suerte de principiante.

tal vez lo único que me salvó fue tener voluntad,
siempre me sentí listo,
demasiado listo,
pero con mi supuesta gran inteligencia
un día dije ya no puedo,
ya no podía seguir vivo sin ser fiel a mi latido,
más que a las pulsaciones del cerebro,
un día, con mi supuesta gran inteligencia,
dije, ya no puedo
y vi a ese hombre pequeñito,
que apenas podía hablar
era un gangoso mugriento,
hablando de sus pinches vacas y pollitos,
yo sentado en primera banca en el anexo,
y llorar de ver feliz a ese individuo, 
me dije ya no puedo,
verlo feliz verlo sencillo,
me dije ya no puedo,
y él me dio el primer indicio de felicidad.

de felicidad.





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