viernes, 26 de febrero de 2021

cada día existe un chale diferente

 si comparo lo que no me gusta de ser hombre con lo que me han compartido sobre lo que les disgusta a las mujeres sobre ser mujeres, las constantes siguen siendo los actos de poder que desplegamos sobre nosotros. 

pensé en escribir sobre lo que no me gusta de ser hombre, y en general también tiene que ver con otros hombres, pienso en lo mucho que cojeamos en la brecha de comunicación y comprensión entre nosotros, en como ésta falta de comprensión está fracturada desde la ternura, desde la posibilidad de expresarnos afecto, y como el afecto parece que es un acto más violento que la violencia misma, y es que puede ser tan simple como darnos un abrazo, pero muchos ni eso sabemos hacer, es curioso que hay hombres que prefieren los actos de violencia explicita a los actos de amor, y bueno, de ahí venimos, de los traumas que nos generamos entre nosotros. nos castigamos denostando la masculinidad de otros, buscando ubicarnos en la cúspide de lo que implica ser un vato, como si solo existiera una forma de serlo, como si esa verdad absoluta fuera el único logro reconocible para otros o para si mismos, así es como el hombre hizo a dios a su imagen y semejanza, y como castigo, en cada figura de "él" lo sexualizó, y lo despojó de su sexo. 

Me pregunto ahora desde donde me cuesta encajar con otros hombres y las constantes con los que si encajo. me pregunto cómo se formó en mi imaginario lo que es ser un hombre, y de lo que lleno de esa aspiración, también lo que me gusta de mi propia representación y lo que me molesta de mi, cada que llego a una pregunta me pierdo, porque me lleva a otras más profundas, y desde éste aislamiento a pocas respuestas he llegado, solo a un conflicto constante con las cosas en que me asfixio.

lo cierto es que me cuesta relacionarme cada vez más con otros, comparto menos y comparo la chamba que hacen las morras en todo sentido, para tener espacios de sanación y libertad, y solo sé que las admiro, porque los espacios de sanación los he hallado con ellas en su mayoría, pero poco he podido explicarme qué es lo que está roto. con otros, siempre hallo un muro, un "no chille compa" si no explícito, si imperceptible, la verdad no recuerdo cuando fue la última vez que vi a otro hombre llorar, o yo mismo, cuando le he confiado mi llanto a otro, estoy torcido te digo, desde el afecto, desde la sensibilidad, desde el abrazo y la lágrima.

¿qué podría no gustarme de ser hombre? si vivo en un privilegio constante, mis enemigos naturales son otros hombres, y replico indistinto del género desplantes de poder, desde alzar la voz en una reunión, o un juicio queme posiciona en un lugar de poder. y bien, si mi miedo son otros hombres, que en su búsqueda de reafirmarse me puedan dañar, física o emocionalmente. Nunca he tenido miedo de que mi pareja me ahorque, me vulnere, me mate, me viole. mi mayor temor si camino en la noche es que otro hombre me agreda o la policía, que eso si se ha dado más seguido. 

Pero, como todo ser que se siente vulnerable me he tenido que instruir en el uso de mi cuerpo como un instrumento para lastimar, y quizá ahí se esconde una de mis respuestas, porque no solo me instruí en el cuerpo para lastimar, me inscribí en lenguaje, ¿qué tan torcidos estamos? desde el albur por ejemplo, el despliegue de poder es el que verbalmente penetra a otro, qué tan torcido es, que el acto de conjuntar los cuerpos define al que es poderoso como aquél que usa su sexo, aunque parezca que solo son palabras, para lastimar a otro, pero así nos hacemos, que el ejemplo de un gran acto de amor, sea una forma salvaje de expresar poder, sé que soy parcial y que me faltan muchos puntos por empatar, pero desde ese despliegue de poder también nos relacionamos con las mujeres, así nos enseñan que el sexo, es una acto de dominio, de sometimiento y no de placer conjunto y amor, quizá. estamos rotos dese la empatía, y no sé encontrar un espacio de sanación, he hallado a muy pocos que estén dispuestos a admitirse frágiles, débiles, vulnerables, y con los que me pueda admitir igual. he encontrado pocos que admitan que ésta competencia insana en la que ser más alto, corpulento o que encaje más en ese estrecho e inalcanzable molde de lo que debe representar ser un hombre, también admita que nos está matando desde el alma. que nos está matando desde los hombros que chocamos y que también esconde complicidades retorcidas que están matando a otras, no sabemos amar, y no nos toca deslindar esa responsabilidad al contexto, en ese punto si hay que ser bien pragmático y buscar un amar distinto, también, un amarse distinto, un cuidarse distinto.

De las cosas que más me han gustado de las feministas, es como reivindican la interseccionalidad, como no buscan que la feminidad sea un acto hegémonico en el que deban caber todas, porque las veo reconocerse desde sus distintas formas de ser, la aceptación e inclusión desde sus diferencias, es algo que a nosotros nos hace falta, reconocernos distintos, aceptarnos distintos, querernos distintos, respetarnos, distintos, con las formas distintas en que queremos ser hombres y no nos atrevemos, por miedo a otros hombres.










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