no sé,
(por que no lo sé)
cuando empecé a ser un muchacho,
ni cuando dejé de serlo,
ahora, sé más cosas,
y tengo menos curiosidades,
ahora recuerdo más de lo que vivo,
experimento
menos de lo que debo,
me siento más hueco,
con mayor confort,
y definitivamente siento
esa ineludible incomodidad,
de volver a ser
(un poco, tan solo un poco)
ese chico
que volaba papalotes
en la azotea.
cuando era muchacho
usaba,
una trenza en el pelo,
una espina en la oreja,
usaba
una frágil armonía,
solía recoger,
latas,
bolsas,
solía acariciar arena,
beber agua del río,
extender los brazos,
empinar los sueños,
olvidar las pesadillas.
tenía un anillo
en el meñique,
que robé a los vientos.
una pulsera,
un promesa a la vez,
una sonrisa diaria,
una caricia
ingenua y honesta,
esa que se esconde siempre,
bajo la desconfianza,
supuesta desconfianza
que se oculta,
junto a esas ganas de creer.
solía,
cumplir la palabra,
por que de muchacho,
no sé tiene nada más valioso
que la palabra,
y no lo sé,
por que no lo sé ahora,
pero quizá no exista algo más valioso,
quizá aún,
quizá de viejo.
vuelva a tener el valor de la palabra,
creer en mi,
en ti,
pequeño mundo en ti.
no sé cuando,
empecé a ser un muchacho,
de cierto,
no fue fácil,
seré pretencioso,
y diré que me forjé
solo, o casi solo,
que es casi lo mismo
y probablemente me da igual.
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