viernes, 17 de enero de 2020

a brasas



Ella vino a presentar su examen de latín,
y yo que sé menos de mi lengua,
de lo que quiero saber de la suya, 
yo que nacía por darle un abrazo,
y llegué.


y nos abrazamos,
 como si sorber las letras de sus manos,
inhalar sus poros,
 fuera el ingerir el último sorbo de éste universo
mi piel latía,
ardía,
mi corazón se expandía a innumerables golpeteos,
me mojé,
gacho,
como quinceañero.

me iba a despedir,
no sabía si besarla,
la quiero en magia,
y no sabía si profanaría un templo a volverlo tierra,
pero no,
y mocos,
que el universo estalla en nuestras bocas,
big bang,
ping pong,
piu piu, 
se acurricó en mi hombro,
y la lamí como los perros a sus amos,
y la vida es eterna en cinco minutos te digo,
y fue una eternidad
irreductible.


ella regresa al puerto vestida de sirena,
y yo me quedé en la nada a ver el inicio del universo,
del verdadero
uni-verso,
 me fui vagando a casa desde el espacio interior,
y no sé si mi traje falla,
pero desde que dejé su boca me falta aire,

y ella cabe perfecta en mis brazos,
a 1.60 exatos sobre el nivel del mar,
mi mano de arco en su cintura,
y ella halló el punto en mi cuello,
el sitio exacto,
sus senos que intuyo desde la imaginación de montaña,
de cerro,
y hoy,
solo tengo sus cantos de sirena saturnina,
desde las tardes de sol de la ciudad del nunca pasa nada,
me dedico a ver constelaciones en las nubes,
desde la luna.



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