martes, 14 de julio de 2015

despierta forastero


La torre se desangraba en flores,
en la bóveda navegaba,
una pequeña barcaza anclada a las estrellas,
ese niño veía mi rostro,
mis harapos desnudos,
mi silencio de loto,
en ésta barcasa sin quilla,
en éste silencio de sombras,
que se impulsa con el sol.
Podías ver sus ojos de diamante,
cuando salían del mar,
subían quedito a las montañas,
lloraban nubes,
la fábrica de nubes no era de sus ojos,
venía del amor de su entrepierna
y con cada sueño brotaba,
todo del silencio.

Ese caballo tenía engranajes de reloj,
ramajes de metal en cada ala,
lo cabalgaba el hombre de mercurio,
y su perro de manos de hombre,
vi cómo tenía en el corazón un cigoto,
que crecía.

Era un astronauta,
tenía infusiones de té verde directo hacia las venas,
sudaba oro,
y su palabra no pesaba,
no sabía acomodarse la corbata cuando iba hacía el abismo
y cayó,
lento.


Era una mano metálica,
tenía una manzana en una mano,
la vida,
su rostro de perla sin ojos,
en su pecho,
un reloj de arena,
contenía toda la sal del mar,
toda la arena de desierto,
en ella,
caminé descalzo,
ese día me llevaron a la cárcel,
por cruzar a los camellos en silencio,
ahí,
tras el cerrojo,
dibujé un mapa,
del mundo de los sueños previos,
de todos los que vendrían,
algo se movió bajo esa cobija,
                                                                    sucia,
tenía un rostro con hilos de plástico jalando de su mano,
después de deshojarlos de su carne,
adherida,
vi mi rostro,
que era de otro y el mismo que yo uso,
despierta forastero.

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