Justo cómo toda historia de un adicto debe empezar con la imagen de un cigarro, o del humo mejor dicho, colándose en una boca entre abierta, sin haber sido exhalado, solo humo.
sus pies cuelgan, juguetean como los pies de un niño en una silla cómo un badajo que no saber medir el tiempo, solo saben que la grandeza del mundo esta en eso, en las piernas pendulares colgando de una silla.
así pues él ya no es niño, y la inmensidad del mundo se mide en todo, excepto en el pendular movimiento de piernas, en la silla de plástico azul, durante la espera en una sala de emergencias, a las dos de la mañana.
ahora sus péndulos que cuelgan en la azotea sus piernas de catorce años, son piernas tristes, con su memoria niña, -hace un año ya-, se dice, con el humo del cigarro y una caguama - hace un año- exhala agacha la cabeza y derrama el vino de los olvidados.
no sé bien qué hago ahí, en ese recuerdo, prefiero saltarlo, editarlo, maquillarlo y borrarlo, no me gustan los hospitales, no las salas de emergencia y tener frío en las piernas a las dos de la mañana, no me gusta ver a mi madre desesperada, tratando de darme la calma, cuando yo soy quien la tranquiliza.
el vino de los olvidados... dormir bajo las estrellas, como vagabundo, sin salir de casa, si recuerdo mi primera perdida fue Lupe, mi primera novia, mi vecina, solo bastaba saltar la barda para permanecer en un silencio por largo rato, con sus manos frías, y ella temblando se acercaba a abrazarme.
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